¿Cuántas leyendas fascinantes se originan en el oro y plata de nuestra América? Las que pueden caber en las mentes más febriles de los hombres, siempre proclives a imaginarse alucinantes fantasías que emanan del áureo metal. Mientras muchos buscan con ahínco, otros encuentran sin esfuerzos. Tal el caso del cura salteño José Gabriel de Torres, considerado como poseedor de la mayor fortuna personal en Salta y el país. Favorito de dos obispos del Tucumán, un tercero lo quiso enjuiciar, acusándolo de “...público usurero”. Con su muerte, nació el mito, ahora perdido, por ignorado.
El padre José Gabriel de Torres, nacido en Salta entre 1714-1715 (hijo de don Gabriel de Torres y Gaete y doña Victoria Fernández Sánchez de Loria y Arias Velásquez Moyano Cornejo), era el propietario de los riquísimos beneficios jujeños de La Rinconada y Cochinoca (se incluye Casabindo en algunas crónicas) del Obispado de Salta donde, con el oro y la plata que había logrado acumular -además de dinero en efectivo e inmuebles en esta ciudad-, se convirtió en una leyenda dentro de la magnífica historia dorada de Salta. A su muerte, ocurrida en Cochinoca en 1777, los hallazgos de las huacas repletas de oro y plata, causó estupor en la comunidad. “¿Cómo podía tener tanto dinero?”, fue la pregunta obligada en los corrillos sociales de la época. El religioso, considerado a la vez como generoso benefactor, no entró en el juego de esconder sus riquezas en lugares ocultos -origen de los siempre ambicionados “tapados”-, más bien había distribuido su opulencia material en sitios visibles. Incluso ocultaba partes del mismo debajo de la cama, sin temor a robo alguno.
Acusado de “público usurero” por el obispo.
El obispo Moscoso y Peralta acusaba a Torres de haber favorecido con sendos obsequios a los obispos Argandoña e Illana, siendo por ello protegido de ambos. Moscoso, ya en poder de la vasta y extensa diócesis, sorprendió con la carta del 10 de enero de 1775, a Su Majestad: “Don José Gabriel de Torres fue un público usurero que en este punible trato hizo caudal crecido”. Acusado (Torres) ante la Audiencia, el Cabildo de Jujuy lo procesó. Pero el obispo Abad, a quien Torres tenía de su parte “por los muchos obsequios que le hizo”, excusó el rastreo. Y allí quedó la causa a la espera de mejores años, que fueron los del señor Moscoso, a quien la audiencia difirió el proceso... Regía por aquellos años el obispo Abad Illana la diócesis de Arequipa. Idas y venidas con acusaciones “falta, de todos modos, la defensa del padre Torres para enjuiciar su conducta”; si bien algún indicio de la tacha de usurero sugiera el que, a su muerte en 1774, “se encontraron, parte en entierros (que llaman huacas) y lo demás fuera, tejos de oro y oro en polvo por valor de 42.120 pesos y 7 reales. Y asimismo se encontraron 17 marcos y 7 onzas de plata en piña, sin que uno ni lo otro haya pagado vuestros reales quintos”, según comunicaba el gobernador (Jerónimo de) Matorras (1769-1775) al Rey. La descomunal fortuna del padre Torres no fue una quimera; jamás se supo cómo había logrado acumular tanta riqueza, aunque se conoce que dichos metales por Cochinoca, La Rinconada, Casabindo y zonas vecinas, recogían los aborígenes “con viejos sistemas precolombinos”. Tampoco se conoce, en casi 30 años, problemas de Torres con los naturales con quienes, al parecer, mantenía excelentes relaciones.
El famoso “Balcón de Pilatos”
En el balcón de la residencia de la familia Torres y Gaete se juró fidelidad al rey Carlos lll, de España, por encontrarse el Cabildo en refacción. Carlos lll asumió en 1759, siendo gobernador intendente de Salta don Joaquín Espinosa y Dávalos. En el momento de la compra al doctor Caballero, la Municipalidad de Salta pagó en el acto 3.000 pesos bolivianos; los 6.000 restantes, a 30 y 60 días. Pocas son las referencias existentes sobre el mentado y famoso “Balcón de Pilatos” y la razón por la cual recibió tal mote. El doctor don Bernardo Frías en su obra Crónicas y Apuntes, se refiere brevemente al mismo en el capítulo “El teatro en Salta”, donde relata:
“… Al propio tiempo de esta escena, se había resuelto edificar un teatro. Don Antonio Soler fue el arquitecto empresario, quien edificó el Teatro Victoria (el primero, inaugurado en 1884), echando abajo lo poco que aún quedaba de la antigua mansión de altos de don Gabriel Torres (se refiere al cura José Gabriel de Torres). Apenas se conservaba sobre su ventana de reja de madera, al amplio balcón de alar, de madera también, que viéndolo así tan destituido y ajado por el tiempo y las gentes, un poeta anónimo escribía de él en un periódico de la ciudad:
Hay en la plaza un balcón
remedo del de Pilatos,
en donde anidan los gatos
de toda la población”.
Ilustraciones:
1- Doctor Juan Manuel Moscoso y Peralta, acusador.
2- Doctor Manuel Abad Illana.
3- Doctor Pedro Miguel de Argandoña Pastene y Salazar.
4- Cochinoca, una vista correspondiente a 1901. (Foto Eric von Rosen, Un mundo que se va, Fundación Miguel Lillo, Tucumán, 1957)
5- El mentado “Balcón de Pilatos”, lleno de gatos. (Dibujo Cecilia Revol Núñez)
Fuente: Libro Salta Añeja, de Roberto G. Vitry, Salta 2010, se puede leer el artículo completo.
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