jueves, 6 de febrero de 2014

Ley de Residencia a criollos con olor a “Huelga”

Se percibía el placer que experimentaba en difundir la doctrina socialista, y repartía personalmente la hoja de sus ideas e intransigencias 

 ARGENTINA.- “La ley de residencia no solamente había sido aplicada a los extranjeros, sino a cualquier criollo que pueda oler a huelga. Así le ha sucedido al director del diario La Luz, señor Edelmiro Avellaneda, quien al llegar el viernes 30 de junio (1905) de la semana pasada a la población de Ledesma, Jujuy, fue notificado en forma sumarísima y sin ningún otro trámite por el comisario de policía de la localidad. Por orden del señor (Sixto) Ovejero, propietario del ingenio azucarero, debía salir del territorio de Ledesma. Se le ordenó marchara en el primer tren del día siguiente, so pena de hacerlo sacar en un carro, si así no lo hacía”. 



 Edelmiro Avellaneda, era dramaturgo y periodista. Nació en el año 1878 en Santiago del Estero, hijo de don José Miguel Avellaneda y doña Nicéfora Figuerero. La familia Avellaneda se había trasladado a Salta en el año 1888, cuando Edelmiro contaba 10 años de edad. Finalizado sus estudios, el joven Edelmiro se dedicó al periodismo, en el cual fue creciendo, de la misma manera en que se tornaba en un trasgresor más dentro de la comunidad, que no abundaban tantos por esos años públicamente. El martes 28 de marzo de 1911 el diario El Cívico, le dedicó estas líneas: “Edelmiro Avellaneda, santiagueño, vino a Salta a los 10 maños. Director de La Patria, radical; redactor de El Cívico, calavera y hasta bohemio, pendenciero, más nunca canalla. Tiene 33 años y que desde esa altura, ya se empieza a descender al camino de la vejez. Prepara libros Sombras del pasado, Martirio y lucha, Recuerdos del terruño, La gran mentira, Criminales de la selva, Llora, llora Urutaú, éste último sólo habla sobre política”. 

 No obstante, tuvo una destacada actuación como periodista y su contribución cultural fue innegable, ya que aportó los nombres de dos publicaciones a la historia de la prensa de Salta. Primero editó el semanario La Luz, de orientación Socialista, desde cuyas columnas intentó vanamente torcer la sólida manera de pensar y actuar, de una sociedad que “no lo comprendía”. El número 1 apareció el 05 de abril de 1903. Dejó de salir en 1904 y reapareció el 02 de mayo de 1905. Aparte de desempeñarse como redactor de El Cívico, órgano del partido Radical, era director de la publicación La Patria. 


 La Casa Rosada, residencia de la familia Ovejero. 

 La revista El Verbo Libre, cuyo primer número apareció el lunes 12 de mayo de 1919, extendió su existencia hasta el año 1925. Probablemente dedicada a temas generales, no debe haber perdido la orientación socialista de su fundador, una suposición de quien esto escribe, quien, en lo personal, jamás tuvo un número entre sus manos un ejemplar de El Verbo Libre para abrir un juicio concreto de valores. En sus columnas incluía, entre otras cosas, comentarios sobre boxeo, anticipándose en esto a los diarios que se editaban por entonces, los cuales solo se remitían a simples anuncios de los festivales boxísticos, y resultados con algunas acotaciones especiales, cuando estos (los resultados de las peleas), se publicaban. También le daba espacio al fútbol. Nueva Época, al anunciar la aparición del primer número de El Verbo Libre, expresaba sobre Edelmiro Avellaneda: “En la prensa, en la tribuna pública, como poeta y dramaturgo es muy conocido”. 

 Simultáneamente se dedicó a escribir obras de teatro, las que sólo encontraban eco bajo las carpas de los circos que nos visitaban periódicamente por entonces, trayéndonos las últimas novedades de otros centros del país. De esa manera fue entregándonos varios títulos, los cuales, lamentablemente, no se encuentran disponibles hoy, salvo que los mismos se conserven en posesión de algunos familiares, si estos viven en nuestra provincia. En abril de 1912 se instaló en Salta el circo Fassio, en calle Balcarce, frente a Plaza Belgrano. El jueves 18 se escenificó la obra de su creación “Entrada de Varela a Salta”, en dos actos y ocho cuadros, daba a conocer al público por el diario La Provincia. El viernes 06 de marzo de 1913 en el escenario del circo Odeón, á pedido del público, se interpretó por segunda vez “El crimen del puente Blanco” (NdA: el crimen de Juana Figueroa). En el Coliseo Belgrano, ubicado en plaza Belgrano, el viernes 04 de abril de 1913 se estrenó “Los apaches de París”. La Compañía Yacoppi y Racedo incluye en su cartelera “El crimen del puente Blanco” en el curso del mismo año. En octubre de 1915 debía cumplir un serio compromiso con el propietario del circo Raffetto, y en tan sólo 24 horas escribió “La tragedia de las Pircas”, basada en los sucesos de San Ramón y las Pircas. Por esta época su producción era intensa y en el Teatro de Salta estrenó “La batalla de Castañares”. 


 Ingenio Ledesma 

 No obstante su manera de pensar, considerada “socialista” y transgresora en nuestro medio, mantenía buenas relaciones con los periodistas radicales, los cuales les publicaban siempre sus novedades. Recorriendo las páginas de los diarios de antaño, especialmente en la década de 1910 y parte de 1920, podemos encontrar testimonios sobre este santiagueño a quien nadie recuerda en la actualidad, o sea el equivalente a: ni antes ni después de su existencia. Hubo en Salta otros periodistas, tal el caso de don Quintín Conde, propietario del diario socialista La Palanca que aparecía alrededor de 1915, pero éste, a diferencia del Avellaneda de esta época, pertenecía al partido Socialista, tiempo en el que el francés Jean Jaurés era figura emblemática mundial dentro de esta corriente política y su pensamiento rebotaba en Salta con cierto suceso, especialmente en el seno de la clase obrera. El dramaturgo salteño Avellaneda era conocido con el mote de “El Mágico”. El martes 20 de julio de 1920 anunciaba para el jueves 22, un par de días después, la obra de su autoría: El fin de un malevo, bajo la carpa del circo Cassali, ubicado en la calle San Martín actual (entonces Corrientes). Decía la crónica: “Hace tiempo lo vimos cabizbajo y meditabundo pero nos dábamos cuenta de su absorción, y el muy vivo, nos sale ahora con otra obra en dos actos, de corte nacional, con toda la sangre fría del mundo”. 

 Don José Palermo Riviello en su libro Reminiscencias Salteñas, de 1938, escribe sobre Avellaneda, recordándolo ya a la distancia: “Le llamábamos los contemporáneos “el mágico”, porque era un autor de tragedias políticas, en lucha antagónica al sistema nepótico. Escribía, componía e imprimía él sólo, su periódico “El Rupa Chico” (La Ortiga). Se percibía el placer que experimentaba en difundir la doctrina socialista, y repartía personalmente la hoja de sus ideas e intransigencias. Era un carácter y un doctrinario. Le llamábamos “el mágico Avellaneda” por la constancia, y por la celeridad con que a un tiempo escribía, imprimía y repartía “El Rupa Chico” de sus ideas, con el que instruyó y educó en el civismo a la masa del pueblo”. 

 Don Edelmiro Avellaneda falleció en el hospital del Milagro, el martes 06 de noviembre de 1928, a los 50 años de edad. El doctor Julio Aranda, abogado de 37 años, viudo, testificó su deceso en el Registro Civil. Fueron sus hermanos Julio, Camilo, Elena y Delia. La familia residía en La Florida 390. Don Edelmiro era el hermano mayor de la docente y poetisa doña María Elena Avellaneda de González Ayala. Sus versos, de gran aceptación, fueron premiados en el orden provincial y nacional. Era profesora de francés en la Escuela Normal. Se ignora donde falleció, tras ausentarse de Salta. 

 Del libro “Salta Añeja”, año 2010, editorial Mundo Gráfico, Salta. El autor editó “Mujeres Salteñas” en al año 2000, con más de 400 biografías de damas salteñas. Periodista profesional. 

 Por Roberto G, Vitry
http://www.elintransigente.com/notas/2014/2/5/ley-residencia-criollos-con-olor-huelga-229426.asp

domingo, 9 de junio de 2013

El cura más rico de Argentina

La historia del salteño don José Gabriel de Torres
 
¿Cuántas leyendas fascinantes se originan en el oro y plata de nuestra América? Las que pueden caber en las mentes más febriles de los hombres, siempre proclives a imaginarse alucinantes fantasías que emanan del áureo metal. Mientras muchos buscan con ahínco, otros encuentran sin esfuerzos. Tal el caso del cura salteño José Gabriel de Torres, considerado como poseedor de la mayor fortuna personal en Salta y el país. Favorito de dos obispos del Tucumán, un tercero lo quiso enjuiciar, acusándolo de “...público usurero”. Con su muerte, nació el mito, ahora perdido, por ignorado.

El padre José Gabriel de Torres, nacido en Salta entre 1714-1715 (hijo de don Gabriel de Torres y Gaete y doña Victoria Fernández Sánchez de Loria y Arias Velásquez Moyano Cornejo), era el propietario de los riquísimos beneficios jujeños de La Rinconada y Cochinoca (se incluye Casabindo en algunas crónicas) del Obispado de Salta donde, con el oro y la plata que había logrado acumular -además de dinero en efectivo e inmuebles en esta ciudad-, se convirtió en una leyenda dentro de la magnífica historia dorada de Salta. A su muerte, ocurrida en Cochinoca en 1777, los hallazgos de las huacas repletas de oro y plata, causó estupor en la comunidad. “¿Cómo podía tener tanto dinero?”, fue la pregunta obligada en los corrillos sociales de la época. El religioso, considerado a la vez como generoso benefactor, no entró en el juego de esconder sus riquezas en lugares ocultos -origen de los siempre ambicionados “tapados”-, más bien había distribuido su opulencia material en sitios visibles. Incluso ocultaba partes del mismo debajo de la cama, sin temor a robo alguno.

Acusado de “público usurero” por el obispo.

El obispo Moscoso y Peralta acusaba a Torres de haber favorecido con sendos obsequios a los obispos Argandoña e Illana, siendo por ello protegido de ambos. Moscoso, ya en poder de la vasta y extensa diócesis, sorprendió con la carta del 10 de enero de 1775, a Su Majestad: “Don José Gabriel de Torres fue un público usurero que en este punible trato hizo caudal crecido”. Acusado (Torres) ante la Audiencia, el Cabildo de Jujuy lo procesó. Pero el obispo Abad, a quien Torres tenía de su parte “por los muchos obsequios que le hizo”, excusó el rastreo. Y allí quedó la causa a la espera de mejores años, que fueron los del señor Moscoso, a quien la audiencia difirió el proceso... Regía por aquellos años el obispo Abad Illana la diócesis de Arequipa. Idas y venidas con acusaciones “falta, de todos modos, la defensa del padre Torres para enjuiciar su conducta”; si bien algún indicio de la tacha de usurero sugiera el que, a su muerte en 1774, “se encontraron, parte en entierros (que llaman huacas) y lo demás fuera, tejos de oro y oro en polvo por valor de 42.120 pesos y 7 reales. Y asimismo se encontraron 17 marcos y 7 onzas de plata en piña, sin que uno ni lo otro haya pagado vuestros reales quintos”, según comunicaba el gobernador (Jerónimo de) Matorras (1769-1775) al Rey. La descomunal fortuna del padre Torres no fue una quimera; jamás se supo cómo había logrado acumular tanta riqueza, aunque se conoce que dichos metales por Cochinoca, La Rinconada, Casabindo y zonas vecinas, recogían los aborígenes “con viejos sistemas precolombinos”. Tampoco se conoce, en casi 30 años, problemas de Torres con los naturales con quienes, al parecer, mantenía excelentes relaciones.

El famoso “Balcón de Pilatos”

En el balcón de la residencia de la familia Torres y Gaete se juró fidelidad al rey Carlos lll, de España, por encontrarse el Cabildo en refacción. Carlos lll asumió en 1759, siendo gobernador intendente de Salta don Joaquín Espinosa y Dávalos. En el momento de la compra al doctor Caballero, la Municipalidad de Salta pagó en el acto 3.000 pesos bolivianos; los 6.000 restantes, a 30 y 60 días. Pocas son las referencias existentes sobre el mentado y famoso “Balcón de Pilatos” y la razón por la cual recibió tal mote. El doctor don Bernardo Frías en su obra Crónicas y Apuntes, se refiere brevemente al mismo en el capítulo “El teatro en Salta”, donde relata: “… Al propio tiempo de esta escena, se había resuelto edificar un teatro. Don Antonio Soler fue el arquitecto empresario, quien edificó el Teatro Victoria (el primero, inaugurado en 1884), echando abajo lo poco que aún quedaba de la antigua mansión de altos de don Gabriel Torres (se refiere al cura José Gabriel de Torres). Apenas se conservaba sobre su ventana de reja de madera, al amplio balcón de alar, de madera también, que viéndolo así tan destituido y ajado por el tiempo y las gentes, un poeta anónimo escribía de él en un periódico de la ciudad:

Hay en la plaza un balcón
remedo del de Pilatos,
en donde anidan los gatos
de toda la población”.

Ilustraciones:
1- Doctor Juan Manuel Moscoso y Peralta, acusador.
2- Doctor Manuel Abad Illana.
3- Doctor Pedro Miguel de Argandoña Pastene y Salazar.
4- Cochinoca, una vista correspondiente a 1901. (Foto Eric von Rosen, Un mundo que se va, Fundación Miguel Lillo, Tucumán, 1957)
5- El mentado “Balcón de Pilatos”, lleno de gatos. (Dibujo Cecilia Revol Núñez)

Fuente: Libro Salta Añeja, de Roberto G. Vitry, Salta 2010, se puede leer el artículo completo.

Jerónimo de Matorras y la Virgen del Milagro

por Roberto G. Vitry.
 
Hace 233 años la ciudad de Salta fue el escenario de un curioso pacto. El mismo se celebró -en la intimidad de la fe- entre el flamante Gobernador del Tucumán, don Jerónimo de Matorras, y la Virgen del Milagro en la vieja iglesia Matriz. Allí, en la soledad del desaparecido templo, Matorras se puso bajo la protección de la patrona de los salteños, firmando para ello un documento que depositó en el nicho del altar, en el cual le solicitaba a la patrona tutelar de Salta le permitiera gobernar sin problemas durante los cinco años de su mandato, en un hecho inusual, aunque no desconocido por entonces en el mundo.

El 12 de febrero de 1779, “el doctor don Gabriel Gómez Recio, cura rector más antiguo de esta Santa Iglesia Matriz, Examinador Sinodal de este Obispado, Juez de Diezmos, Comisario del Santo Oficio de la Inquisición, Vicario Foráneo, Juez Eclesiástico de esta ciudad de Salta”, se dirigía al Juez Privativo de Residencia, don Eugenio Balza de Berganza, para hacerle saber que con relación al señor don Gerónimo de Matorras, “Gobernador y Capitán General que fue de esta provincia del Tucumán, como se acaba de encontrar en el nicho del altar, donde se halla colocada la Santísima Virgen María del Milagro, que se venera en esta Santa Iglesia Matriz de Salta el memorial que a éste acompaña firmado por dicho señor don Jerónimo de Matorras, en el que suplica a la Soberana Reina, le concediese la continuación en este Gobierno por los cinco años según se le concedió por el Rey, sin que sea depuesto de él, ni en la Corte, ni por el Virrey y que si su súplica le fuese concedida daría cien pesos para que se hallare más conveniente al culto de la Santa Iglesia y ser un año su mayordomo, y hacer la Fiesta, con la mayor solemnidad a dicha imagen, y promover sus cultos, fundando la Cofradía a su mayor devoción, como así se expresa en dicho memorial”, expresaba en la primera parte del documento el doctor Gómez Recio. Más adelante proseguía manifestando que “habiéndose verificado la dicha promesa, pues no sólo fue depuesto… sino es que continuó en él después de cumplir los citados cinco años, porque había sido propuesto en él, hasta que falleció…”, por lo que el doctor Gómez Recio no sólo solicitaba los cien pesos prometidos, sino también “exhiban la cantidad de pesos que se considerase se pueden gastar en hacer su fiesta con la mayor solemnidad un año como así lo prometió el expresado difunto don Jerónimo de Matorras…”, según un documento que se conserva en el archivo del Arzobispado de Salta.

La rendición del cacique Payquín

  Jerónimo de Matorras fue designado gobernador y capitán general del Tucumán en 1769, año en el que se efectuó la promesa a la Virgen del Milagro. Instalado con su gobierno en la ciudad de Salta (tal como lo hicieron en su mayoría los gobernadores del Tucumán), en 1774, Matorras emprendió su entrada al Chaco, para lo cual recorrió 1.200 kilómetros, con el fin de pacificar a las tribus tobas y mocovíes. Quince kilómetros antes de La Cangayé, encontró las ruinas del Fuerte que había sido levantado allí en 1570, Ángelo de Peredo. Matorras había recobrado doscientas cuarentas leguas hasta ese lugar. Allí se reunió con Caciques de las tribus Tobas y Mocovíes bajo el mando del famoso Cacique Payquín, celebrando las paces y su sometimiento al Rey de España. De aquel histórico momento con el cacique Payquín, cuando éste se sometía al Rey de España, celebrando las paces, quedó el cuadro pintado por Tomás Cabrera y que el artista llevara a la tela, precisamente en 1774, a poco de regresar del Chaco. Cabrera, para plasmar la famosa pintura, tuvo como mecenas a la millonaria salteña doña Lorenza de la Cámara, una de las mujeres más rica en la historia de Salta y que fuera la permanente protectora del afamado pintor del cual sólo se conoce esta obra que se encuentra en el Museo Histórico Nacional, en Buenos Aires.

Una personalidad alucinante.

La vida de Jerónimo de Matorras se presenta con perfiles realmente alucinantes, digna de un profundo estudio. Un axioma popular expresa “no es fanfarrón quien quiere, sino quien puede”. Nacido en Santander, en 1720, ya en 1750 se instalaba en Buenos Aires. Era Coronel del Regimiento de Nobleza de Buenos Aires, un título honorífico, pues no era militar. Había desembarcado con un valioso lote de mercaderías, con lo cual obtuvo una fortuna, lo que le permitió obtener una honrosa posición pública con sólo 30 años de edad. Ocupó varios puestos, municipales y reales, desempeñando correctamente los mismos. En 1760, al celebrarse el juramento del Rey Carlos lll, mandó a acuñar de su peculio las medallas conmemorativas. Deseando ser nombrado Gobernador del Tucumán, con el fin de pacificar y evangelizar a los indios del Chaco, celebró en 1767 un contrato con la Corte de España, debiendo depositar 12.000 pesos y una fianza de 50.000, por el cargo. A su regreso de España se le había concedido permiso para viajar con su prima Gregoria Matorras, convertida unos años más tarde en madre del Libertador José de San Martín. No obstante la oposición del gobernador Bucarelli, Matorras obtuvo la providencia del Virrey del Perú, para asumir el cargo.

Su muerte lejos de Salta.

Jerónimo de Matorras se encontraba trabajando en la reconstrucción de la capilla de la reducción de San Joaquín de Orquera, en el interior de Salta, cuando contrajo una fiebre desconocida que le causó la muerte en 1775. Con sólo 55 años de edad, y casi siete ejerciendo la Gobernación del Tucumán, Matorras dejó tras de sí una interesante estela, la de una personalidad forjada con fuertes tintes de determinación, audacia y fe. Pocos gobernantes son los que pueden exhibir estos atributos, los de prometer y cumplir, no sólo con someter a los indios como se había propuesto, sino de lograr la pacificación de las tribus, tan importante para esos lejanos tiempos. (Diario El Tribuno, Salta, martes 15 de septiembre de 1998) Don Jerónimo de Matorras, gobernador del Tucumán y residente en la ciudad de Salta, “nació en Lameo, Obispado del León, España. Fueron sus padres don Andrés de Matorras y doña Ana de Cires. Contrajo matrimonio en la ciudad de Buenos Aires el 24 de abril de 1753 con doña Manuela de Larrazábal, hija de don Antonio de Larrazábal y doña Agustina Avellaneda (viuda de José Fernández). Firmaron como testigos don Antonio de Larrazábal y doña Juana María de Larrazábal. No registra descendencia. (“Aportes biogenealógicos para un Padrón de habitantes del Río de la Plata”, por Hugo Fernández de Burzaco)

(Nota del autor: Este artículo periodístico fue actualizado en la ciudad de Salta el miércoles 28 de noviembre de 2012, año en que Salta celebró el 430 aniversario de su fundación.)

martes, 13 de septiembre de 2011

Lona, Corina

 

Educadora y benefactora. Nacida en Metán (Salta), el domingo 21 de agosto de 1887, hija de don Enrique Lona y de doña Petrona Sierra, cuyos antepasados figuran entre los fundadores de su ciudad natal por línea materna. El acta de su bautismo expresa: “En esta iglesia parroquial de San José de Metán a días del mes de septiembre del año del Señor de mil ochocientos ochenta y siete, yo el cura interino de esta parroquia bauticé solemnemente, puse óleo y chrisma a una niña nacida el día 21 del mes anterior hija legítima don Enrique Lona y Petrona Sierra vecinos de este pueblo, a la cual puse por nombre Corina. Fueron sus padrinos don Aniceto Latorre y su esposa doña Lorenza Arias de la Corte, de Salta, representada por don Francisco Sierra y doña Inés Saravia, a quienes instruí sobre el parentesco espiritual con la recién bautizada y con los padres de esta y de las obligaciones que como tales padrinos contraían y para que conste lo firmo. Presbítero Manuel Valverde.”
  
Fueron sus abuelos paternos don Ferdinand Lona y doña Marie Iacomet, franceses, y los maternos don Guillermo Sierra y doña Inés Saravia. Su bisabuelo, don José Manuel Saravia, fue el último Gobernador de Salta en la época de Rosas y su bisabuela, doña Tránsito de Latorre era hija del general Latorre. El ciclo primario lo traspuso en la escuela Domingo Faustino Sarmiento, de la ciudad de Salta, para luego trasladarse a la vecina ciudad de Tucumán a fin de cursar en la Escuela de Profesores Domingo F. Sarmiento, adscripta a la Universidad Nacional de Tucumán, hasta obtener el título de maestra, a los 17 años. De regreso a la capital salteña, por coincidencia, se inició en la docencia como maestra precisamente en la escuela Domingo F. Sarmiento donde sorbiera las primeras letras. Trasladada posteriormente a la escuela Bernardino Rivadavia, también de la ciudad de Salta, permaneció en la misma hasta su jubilación (1937) habiendo alcanzado a ocupar, por ascenso, la vice dirección del establecimiento. En un periplo realizado por Europa en 1929, viajando por Francia y España, se enfrentó con la tremenda realidad de la gran cantidad de ciegos que habían perdido su vista como consecuencia de los estragos de la guerra mundial. Tocada profundamente encontró el aliciente para su vida futura en oportunidad de visitar institutos especializados en las técnicas de la enseñanza y conducción de no videntes. Imbuido su espíritu caritativo de lo que podía hacer en nuestro medio, despertó su vocación protectora hacia aquellos privados de la vista.

De regreso a Salta, y con la aprobación de sus superiores, se trasladó a Buenos Aires donde aprendió el sistema Braille y de regreso, otra vez, se abocó a la tarea de educar niños ciegos en la propia escuela Bernardino Rivadavia, tomando para ello sus horas de descanso, hasta que formalmente inició su acción educativa de no videntes el 21 de abril de 1930, fundando la Escuela de Ciegos, la que funcionó en Alberdi 314, con mínimas comodidades pagando ella misma el alquiler de su propio peculio. Vale la pena recordar el primer plantel de colaboradoras -también sus fundadoras-, para la enseñanza de tareas y conocimientos destinado a los no videntes: Mercedes Sosa Lavin, labores; María Teresa S. de Sylvester y Sarita Rodríguez Munizaga, en trabajos prácticos; María Luisa Prieto de Touján, profesora de guitarra, y la colaboración especial del profesor José Bonelli, en violín.
Este es solo el principio de su obra ya que en 1953 la ve concretar, disponiendo que un terreno donado por la familia Durand, ubicado en las estribaciones del cerro San Bernardo, se convirtiera en la sede actual del Hogar Escuela para Ciegos Corina Lona. La piedra fundamental se colocó en 1953 y fue inaugurado en 1954.

La señora doña Corina Lona se había acogido a los beneficios de la jubilación en enero de 1938. Pero las necesidades también crecían progresivamente obligándola a solicitar el apoyo oficial hasta que años más tarde, el gobernador doctor don Ricardo Durand le hizo construir un edificio adecuado, proyectado expresamente para servir de Hogar Escuela, y al cual se mudara la pequeña colonia, en 1955, demostrando bien pronto su capacidad de asimilación al punto de constituirse en modelo de organización y una avanzada entre sus similares, ya que no sólo se imparte conocimientos generales sino que todos aprenden diversos oficios manuales con lo que sufragan, en parte, su propia manutención.

En mérito a la humanitaria labor de doña Corina Lona, se le ofreció en el año 1953 un homenaje en el Teatro Victoria, organizado por la sociedad El Círculo de la ciudad de Salta, quien premió su obra con Medalla de Oro, en la que el poeta don Manuel J. Castilla escribiera esta dedicatoria: La luz que has buscado te ha acercado a Dios. En la revista Hacia la luz, editada en Buenos Aires en mayo de 1954 por el Patronato Nacional de Ciegos, su director, don Manuel Laurora, escribió un artículo sobre la obra de la benefactora salteña en los siguientes términos:
“Desde hace algunos meses los diarios de Salta informan de la exitosa campaña que se viene realizando con el propósito de reunir fondos destinados a la construcción de la “Escuela Hogar para ciegos”, debidamente dotada de las comodidades e instalaciones adecuadas. La labor que se lleva a cabo en tal sentido y que cuenta con el auspicio y el apoyo del Gobernador de la Provincia, es la consecuencia de la meritoria acción que cumple, desde hace aproximadamente hace cinco lustros, la señorita Corina Lona en pro de los no videntes salteños. Como se recordará la señorita Lona fundó allí la primera escuela para ciegos, sostenida durante mucho tiempo con su propio peculio y la colaboración de los simpatizantes de su obra, desarrollando en ella una generosa y abnegada tarea asistencial y educativa.
“El nombre de Corina Lona está inscripto ya en letras áureas en el historial de la beneficencia y el humanismo salteño. Su obra surgió hace más de un cuarto de siglo, con la humildad con que surgen las obras destinadas a perpetuarse indefinidamente ¿dificultades?, enormes e insalvables fueron solo sorteadas a fuerza de amor, de abnegación y de sacrificios incontables. Nada había y todo estaba por hacer. Hasta hubo que vencer la indiferencia del ambiente. Entre tanto, la pequeña escuelita ha ido creciendo: de ella han egresado hombres y mujeres útiles para la sociedad. Hoy la escuela de la señorita Lona es ya toda una institución en Salta. Con el apoyo del Gobierno y de todo el pueblo se está levantando su edificio propio en las faldas del cerro San Bernardo. Esta escuela por disposición del Gobernador doctor Ricardo Durand, llevará el nombre de “Corina Lona”, en homenaje a la altruista docente que entregó su vida al servicio del bien.”

Asimismo, en 1963, y el Rotary Club, también de Salta, le confirió el Premio al Servicio Distinguido por su dedicación a los no videntes. Por su parte el gobierno de la provincia destina, anualmente, una partida para el mantenimiento de los talleres y subvención de los profesores con que cuenta el establecimiento.

Doña Corina Lona dejó este mundo el jueves 23 de enero de 1964 habiendo fallecido rodeada de sus “queridos hijos” -como ella llamaba a los internos- en el mismo Hogar Escuela que, a partir de entonces, se denomina con el nombre de su fundadora y en cuya entrada el Club de Leones de Salta le hizo emplazar un busto recordatorio. El gobierno de la provincia decretó honras fúnebres con motivo del fallecimiento de esta benemérita dama. Para recordar su memoria dos escuelas provinciales llevan también su nombre, una en Orán y la otra en Metán, su tierra natal.
El doctor Julio Díaz Villalba, poeta y hombre de letras, dedicó a la memoria de la difunta doña Corina Lona este sentido soneto:

Corina lona, ángel de martirio / señora de lo humilde y lo pequeño / donde se afincaba el mal, allí tu empeño / y en toda lobreguez, tu flor de lirio.

La silenciosa llama de tu sirio / consumiéndose sin paz, tregua ni sueño / prieto tu corazón junto al isleño / mundo, hecho dolor, hecho martirio.

Abatidas las rosas de tus manos, / esos ciegos, tus huérfanos hermanos, / se agolpan alrededor de tus despojos.

Y comprendiendo la tragedia cierta / prefieren no mirar a verte muerta / mientras tu luz adentrase a sus ojos.

Sin duda que esta generosa mujer, que podría haber dedicado su vida al hogar tal como lo hicieron muchas otras casándose, con hijos, nietos, etcétera, prefirió sacrificar todo ello en pos de los invidentes. ¿Trae cada uno su destino marcado?, si no es así, cada ser lo busca. Su viaje por los países de Europa marcaría para siempre su futuro de luz para el prójimo, para esa legión de varones y mujeres, chicos y grandes, privados de apreciar visualmente lo que es común y diario para nosotros.

Ella interpretó fielmente aquel pensamiento de Helen Keller: No hay camino más hermoso para agradecer a Dios la luz, que tender una mano a alguien en la tiniebla. Doña Corina Lona integra ese núcleo de privilegiadas mujeres qué, sacrificándose ellas, posibilitan ser felices a muchos. Todo, a cambio de permanecer en la memoria del pueblo como desinteresadas benefactoras, como sencilla recompensa a sus afanes. Pero, ¿dedicaron todas sus vidas buscando éste halago póstumo?

Biografïa : Silva de Gurruchaga, Martina Eugenia de San Diego

Patriota, nacida en Salta en el hogar constituido por el Escribano de Gobierno, don
Marcelino Miguel de Silva y doña María Isidora Fernández de Córdoba. Fue bautizada en la iglesia Matriz el sábado 13 de noviembre de 1790 “por el Predicador General y actual Guardián de este convento de San Diego de Salta (San Francisco), fray Felipe Casale. Fueron padrinos don Antonio González y doña Ángela de Castro.” Hija del segundo matrimonio de su padre don Marcelino Miguel de Silva (hijo de don Francisco de Silva y doña Bernarda Tadea Delgado), casado en primeras nupcias en febrero de 1781 con doña Manuela de Castro y Arias, hija de don Pablo de Castro y doña Petrona Arias. Doña Martina, al igual que muchas otras salteñas, recibió una esmerada educación en su propia casa. Fue desposada en el curso del año 1810 por el también patriota don José de Gurruchaga, precursor de la Independencia, hijo del general José Antonio de Gurruchaga y doña Manuela Fernández Pedrozo y Aguirre. Don José de Gurruchaga fue ministro de la Real Hacienda de Salta y hermano de don Francisco de Gurruchaga, creador de la Armada Nacional de Argentina.

Se recuerda con gratitud la campaña silenciosa y tenaz desarrollada por un grupo de damas salteñas. Es durante 1813 cuando vemos surgir en la joven Martina a la mujer admirable, a la patricia dispuesta a todo por la naciente patria. Junto a ella se recuerda a doña Magdalena Güemes de Tejada, la famosa “Macacha, hermana del general don Martín Miguel de Güemes; doña María Josefa de la Corte de Arias, la “Lunareja”; doña Loreto Sánchez de Peón de Frías, doña Gertrudis Medeiros de Cornejo, llevada por los realistas desde su hacienda de Campo Santo hasta Jujuy a pie, por conspiradora; doña Fortunata de la Corte de Peña y la joven esposa del general Güemes, la bella doña Carmen Puch; doña Juana Gabriela Moro Díaz de López “La emparedada”, doña Andrea Zenarruza de Uriondo, doña Petrona “China Arias, la señora de Velasco quien fuera educadora de doña Juan Manuela Gorriti, entre algunas otras damas conjuradas para conquistar la voluntad de numerosos jefes y oficiales realistas del ejército del general don Pío Tristán, en favor de la causa revolucionaria cuyos resultados incidieron en el triunfo de la batalla de Salta.

Patriota entusiasta, contribuyó al éxito del general Belgrano en Salta. Lo hospedó en su casa de Los Cerrillos y consiguió que su marido, rico comerciante, donara paños para uniformes y dinero para adquirir armas. Doña Martina bordó con sus manos y obsequió al ejército una bandera celeste y blanca en vísperas de la batalla; equipó de su propio peculio al famoso destacamento de soldados vestidos con uniformes y ponchos azules, que apareció oportuna y audazmente sobre las Lomas de Medeiros, sembrando el pánico entre los realistas sin disparar una sola bala, contribuyó decisivamente a la obtención del triunfo. A los efectos de aclarar aquello de “uniformes y ponchos azules”, el hecho se debió a que en los almacenes del matrimonio Gurruchaga-Silva, era la tela que más abundaba en esos momentos. Recibió del general Manuel Belgrano un tapado de seda en el que se había bordado la leyenda A la benemérita patriota, capitana del Ejército, doña Martina Silva de Gurruchaga.” Muchos próceres, entre otros Belgrano, Pueyrredón, Rondeau, Vicente López, encontraron en la casa de esta ilustre patricia, el recibimiento cordial y el hospitalario albergue, muy necesarios tras las fatigas de las marchas o los triunfo y reveses propios de las luchas de aquellos tiempos. En 1820 efectuó una donación de 2.000 pesos fuertes para los gastos de la guerra.

El sábado 17 de junio de 1815 fue bautizada su hija Juana Modesta, siendo sus padrinos don Francisco de Gurruchaga y doña María Isidora Fernández de Córdoba, su madre. Virginia, nació el domingo 15 de mayo de 1821 y bautizada en la Catedral el martes 17 de junio, dos días más tarde. Don Apolinar Usandivaras y don Lindor Alemán apadrinaron la ceremonia religiosa a cargo del presbítero don José Manuel Salguero, rector interino. Susana Adelaida nació el domingo 11 de mayo de 1822 y bautizada en la Catedral el lunes 19 de agosto del mismo año por el presbítero don Francisco Fernández. Apadrinaron la ceremonia don Ángel Lesser y doña Micaela Lesser. Otro hijo de doña Martina llegaría el viernes 30 de marzo de 1832, llamado José, el cual, al ser bautizado, tuvo como padrinos a don Hilarión Echenique y a doña Modesta Gurruchaga. Esta recordada patricia salteña falleció el jueves 19 de marzo de 1874, en casa de doña Delfina Fresco de Fresco, con los auxilios religiosos del padre Matías Linares y Sanzetenea quien le administró la sagrada eucaristía y la extremaunción el lunes 09, diez días antes de su deceso. Falleció esta ilustre dama a la edad de 84 años, “del hígado”, viuda de don José de Gurruchaga.” Sus restos descansan en el Panteón de las Glorias del Norte de Salta, desde el año 1954. Fue el primer arzobispo de Salta, monseñor Roberto J. Tavella, quien solicitó el ingreso de la Benemérita Capitana del Ejército. El Decreto 52/54 fue firmado por señor Ministro de Gobierno, Justicia e Instrucción Pública, don Jorge Aranda, siendo gobernador de la provincia el doctor Ricardo Joaquín Durand. Fue la primera mujer guerrera de la Independencia a quien le cupo el honor de que sus restos permanezcan para siempre en tan preclaro recinto.

El martes 24 de mayo de 1910, con motivo de la celebración del primer centenario de la Independencia, la patricia salteña fue distinguida y su memoria exaltada por los porteños, al inaugurarse en la Capital Federal la escuela que lleva su nombre ubicada por entonces en calle Mariano Boedo 657. Asistió al acto patriótico gran cantidad de público. Fueron designados padrinos los señores doctor Rafael Ruiz de los Llanos, Florentino Ortega y Carlos Baires y la señora Justa Campos de Urquiza. Usaron de la palabra don Carlos Baires, la señora Rawson de Dellepiani, don David Fernández y el Director de la Escuela, don David Fernández.

Biografía : Moro Díaz de López, Juana Gabriela


  Patriota de la guerra de la independencia nacida en Jujuy el 26 de marzo de 1785, hija del teniente coronel Juan Antonio Moro Díaz y doña Faustina Rosa de Aguirre. El teniente coronel Juan Antonio Moro Díaz, juntamente con Juan Martín de Pueyrredón y Ramón García Pizarro, fundaron el pueblo de Orán, del cual el teniente coronel Moro Díaz fue Regidor Alcalde. Doña Juana Gabriela Moro Díaz, contrajo matrimonio con el coronel don Jerónimo López de Carvajal -hijo del capitán Gregorio López y doña Manuela Mercado y Carvajal-, el viernes 29 de octubre de 1802 en la iglesia matriz de Salta, siendo testigos de la boda que bendijo el cura doctor Anastasio de Isasmendi, el licenciado Juan Esteban Tamayo, y los señores don Cipriano González de la Madrid y don José Tomás Sánchez. En 1802, toda su familia se había establecido en Salta, donde la joven Juana Gabriela comenzó a gozar de prestigio por su atrayente personalidad. Su patriotismo y su audacia se pusieron de relieve durante los prolegómenos de la batalla de Salta cuando, junto a otras damas se propusieron a conquistar a los oficiales realistas con el propósito de debilitar al ejército enemigo. Juana, que era una mujer de singular belleza, se adjudicó la tarea de seducir al marqués de Yavi, jefe de la caballería española. De acuerdo con lo convenido, el marqués y varios de sus compañeros y oficiales accedieron a abandonar las filas realistas el día previo a la batalla de Salta del 20 de febrero de 1813, comprometiéndose a regresar al Perú y trabajar por la causa de la revolución. Pero el accionar patriótico y abierto de Juana Gabriela no paró aquí, ya que fue partícipe de otras acciones que la llevarían a erigirse en uno de los enemigos principales de los españoles, convirtiéndose para estos en la más anhelada presa por conquistar. Los vaivenes de la Independencia de nuestra Argentina, pasaban por Salta exclusivamente en esos momentos, y con los salteños enrolados en cimentar la nueva patria, la responsabilidad de rechazar a los realistas. Pero éstos, iban y venían de nuestra capital, de acuerdo a las circunstancias que los erigían en vencedores o vencidos.

 
Al invadir el Virrey del Perú, a cargo del ejército del Alto Perú, don Joaquín de la Pezuela la provincia en 1814, a raíz de las derrotas de las fuerzas patriotas en Vilcapugio y Ayohuma, lo primero que hizo el jefe español, fue tomar prisionera a Juana Gabriela Moro Díaz, la “codiciada presa”, para darle un escarmiento ejemplar. No la castigaría físicamente, dada su condición de mujer, pero para corregir desviaciones anti realistas, los hombres siempre contaron con los más refinados métodos de torturas, desde que el mundo es mundo. Pezuela la condenó a la pena capital, pero sin utilizar para ello el clásico paredón y su pelotón de fusilamiento. La hizo encerrar en una habitación de su propia casa y ordenó cerrar todas las aberturas para evitar toda comunicación con el exterior. Este cruento tormento, el del confinamiento por encerramiento, es vulgarmente conocido como “tapiamiento”, “tapiar”, o “tapiada”. Una vecina, aunque realista, se compadeció de Juana Gabriela y horadando la pared, la salvó de morir de hambre y de sed, quedándole desde entonces el mote de “la emparedada”. Su casa estaba ubicada en la calle España, entre Balcarce y 20 de Febrero.

 Disfrazada de coya

  En la edición nº 90 del sábado 23 de junio de 1900 de la revista Caras y Caretas, de Buenos Aires, se publicó un artículo ilustrado UNA PATRIOTA SALTEÑA, Dª. Juana Mora de López, que se refiere precisamente a la célebre patricia doña Juana Moro Díaz de López. La misma está firmada por JACK quien aclara al final: “Esta historia me la ha referido la distinguida matrona doña Serafina Uriburu de Uriburu, nieta del Mariscal don Juan Antonio Álvarez de Arenales. Dibujo de Sanuy”.

  “Corría el año 1814, y Salta, la ungida por la victoria, la ciudad predilecta de Belgrano, acababa nuevamente de ser ocupada por las fuerzas realistas. Versiones contradictorias y alarmantes se oían entre las familias sobre la suerte del ejército de la patria. Unas lo daban victorioso, y otras vencido y disperso. Para el patriotismo de aquellas abnegadas mujeres salteñas -en quienes se realizaba el sueño de la antigua Grecia, la amante hecha hombre, de exquisita elegancia de formas, con espíritu viril, digno de ciencia y de sabiduría-, cuyos padre, esposos o hermanos militaban en el ejército argentino, la situación se tornaba cada vez más desesperante. Santa Rita, cuya novena se hacía en esas noches, era implorada constantemente en auxilio de los libertadores, y jamás salieron de corazones más nobles y amantes, oraciones más fervientes que aquellas en que se imploraba la victoria para las armas de la patria. Dios iba a oírlas… La falta de noticias, empero, teníalas en cuidado y desconsoladas.

  Una noche alguien propuso que saliera un chasque en busca del ejército libertador, con el fin de hacerle conocer al general Arenales, que lo mandaba, la posición de los invasores, su número, etcétera. Pero, ¿quién iría? Confiarle la delicada misión a un muchacho o á un desconocido, era peligroso por las probabilidades de que pudiese caer en poder de los españoles, que lo juzgarían como espía. “Yo iré, y ustedes cuidarán de mis hijos”, dijo una de aquellas valerosas damas y momentos después desparecer de la reunión.

Noches después, un coyita que llevaba sobre sus débiles hombros unas alforjas repletas de coca y cascarilla, con burdas ojotas en los pies y cubierta la cabeza con el clásico sombrero de vicuña de anchas alas, golpeaba a altas horas la puerta de la casa que habitaba la esposa del general Álvarez de Arenales. Franqueada la entrada, se hizo conducir a la sala y pidió hablar a solas con Serafina. Una vez con la distinguida dama en su presencia, arrojó al suelo el sombrero, desátose el cabello, y después de un “¡viva la patria!”, le dijo, “mañana tu esposo estará aquí, pues viene de marcha forzada por el camino oculto de la quebrada, y habrá dado una victoria a la patria amada”. La que así hablaba era la señora Juana Moro de López, que bajo su disfraz de coya había conseguido burlar la severa vigilancia de los centinelas españoles, y atravesando en la soledad de las noches desfiladeros y valles, lograba ponerse al habla con el general patriota.
 
Al siguiente día el invicto Arenales reñía en los suburbios de Salta, encarnizada batalla qué, al caer la tarde, terminaba con la más espléndida de las victorias”. Posteriormente realizó otras arriesgadas acciones, como la de ir en busca del general Juan Antonio Álvarez de Arenales para conocer la posición de su ejército, del que llegaban noticias contradictorias. Se disfrazó de coya y así se lanzó por valles y quebradas. Algunos días después se presentó en casa de doña Serafina González de Hoyos, esposa del general Arenales, para anunciarle que su marido estaría en Salta al día siguiente, lo cual aconteció, desalojando éste a las fuerzas españolas. La población, entusiasmada, paseó a Juana por las calles de Salta. Prosiguió trabajando en pos de la consolidación de la independencia y cuando sus servicios ya no fueron necesarios, de dedicó de lleno a las tareas de su hogar.
 
Reaparecía varios años después, cuando contaba ya con 68 años sobre sus espaldas; el 9 de julio de 1853 integró el grupo de damas salteñas que se dirigió al gobierno “lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírseles jurar la Constitución Nacional”. Su retrato, ya anciana, fue publicado por el doctor Bernardo Frías en la primera edición de su obra Historia del General Güemes (Tomo ll, página 607). Existe una iniciativa, la de llevar sus restos al Panteón de las Glorias del Norte, ubicado en la Basílica Catedral de Salta, propiciada por la Junta de Estudios Históricos de Salta, en el año 1963. La misma está suscripta por el Coronel (R) Salvador Figueroa Michel, presidente; ingeniero Jorge Wanters Toranzos Torino, vicepresidente, y el profesor Carlos Gregorio Romero Sosa, secretario de actualizar investigación sobre el destino de sus restos y en caso de ser encontrados, trasladarlos con ceremonia oficial, al Panteón de las Glorias del Norte”.
 
Doña Juana Gabriela Moro Díaz de López falleció en nuestra ciudad “... a diecisiete días del mes de diciembre de mil ochocientos setenta y cuatro, en casa de su propiedad, habiendo recibido el sacramento de la penitencia, sagrado viático y extremaunción que el canónigo doctor don Pascual Arze y Zelarayán administró el día quince del presente, murió en la comunión de nuestra Santa Madre Iglesia de enfermedad al hígado doña Juana Morodias, vecina de esta ciudad de edad de noventa años viuda del finado don Jerónimo López. Su cadáver fue sepultado en el panteón de esta ciudad con oficio rezado el día dieciocho del presente y para que conste lo firmo. Napoleón Cairo”, según consta en el archivo del Arzobispado de Salta. (NdA: El “panteón de esta ciudad” es el actual cementerio de la Santa Cruz.)
 
Pese a dejar de existir en diciembre de 1874, el nombre de la ilustre patricia aparece en un documento en el archivo del Arzobispado de Salta, el domingo 1 de octubre de 1876, como madrina de bautismo, junto a su hijo el doctor Bernabé López, de la niña María Petrona Toranzos Torino, después fundadora y presidenta del Patronato de la Infancia de Salta. Además, el después obispo de Salta, monseñor Gregorio Romero, la conoció en su lúcida vejez, dando fe de ello. Las biografías existentes sobre su personalidad la dan fallecida centenaria entre 1886 y 1887, cuando la epidemia del cólera se abatió sobre Salta y como una de las víctimas del flagelo. El documento de su fallecimiento existe, pero en la misma figura con su apellido alterado de soltera Morodias, y no Moro Díaz, lo cual indujo a las equivocaciones de quienes siguieron sus rastros hasta el final de su existencia. Mucho es lo que puede decirse de esta jujeña-salteña y argentina ejemplar, temeraria sin límites, la que a través de su ejemplar accionar deja traslucir una personalidad exquisita y cautivante por sus hazañas, despertando la admiración de mujeres y hombres por igual.

Biografía de Juana Moro por Teófilo Sánchez de Bustamante


  “Nacida en Jujuy, el 26 de marzo de 1785 (Partida de bautismo, libros parroquiales), hija de don Antonio Moro Díaz y doña Faustina de Aguirre Portal, en el segundo matrimonio de ésta. Doña Juana Gabriela Moro, fue casada en 1803 con el capitán Gerónimo López, salteño, hijo de Gregorio López y de Manuela Carabajal. Tuvo por única hermana de padre y madre a doña Magdalena Moro y Aguirre, nacida en Jujuy en 1779 (Censo de 1779) que profesó de monja y fue religiosa del Convento de Santa Teresa de Potosí. (Testamento de su madre doña Faustina de Aguirre, en mi poder).

  “Doña Juana Moro fue célebre dama patricia de quien dice don Bernardo Frías, en su Historia de Güemes y Salta T lll, pág. 157, que “era nacida en Jujuy y bajo el disfraz de gaucho joven e inocente, penetraba en las plazas de Jujuy y Orán ocupadas por el enemigo, llevando partes y trayendo nuevas”, lo que podía hacer agregamos, porque su padre fue uno de los fundadores de Orán y dueño de extensas tierras, de una merced que le hizo el fundador de esa ciudad, y su madre de la finca “Severino”, el Perico de El Carmen. Además tenía medios hermanos y muchos parientes en Jujuy.

  “En la sucesión de don Antonio Moro Díaz, se dice que “los títulos (de Severino) se perdieron con otros papeles en el saqueo que hicieron de la casa del señor coronel Gerónimo López, cuando mandó presa a Jujuy el gobernador Martínez de Osa (Hoz), por patriota a su esposa, doña Juana Gabriela Moro (Boletín del Inst. Hist. De Salta, Tomo lll, página 273).
“Don Bernardo Frías ha publicado su retrato en op. cit. Tomo ll, página 607.” Alguna escuela de la provincia debiera llevar su nombre”. (Teófilo Sánchez de Bustamante, Biografías Históricas de Jujuy, 1995, Universidad Nacional de Jujuy)