domingo, 9 de junio de 2013

El cura más rico de Argentina

La historia del salteño don José Gabriel de Torres
 
¿Cuántas leyendas fascinantes se originan en el oro y plata de nuestra América? Las que pueden caber en las mentes más febriles de los hombres, siempre proclives a imaginarse alucinantes fantasías que emanan del áureo metal. Mientras muchos buscan con ahínco, otros encuentran sin esfuerzos. Tal el caso del cura salteño José Gabriel de Torres, considerado como poseedor de la mayor fortuna personal en Salta y el país. Favorito de dos obispos del Tucumán, un tercero lo quiso enjuiciar, acusándolo de “...público usurero”. Con su muerte, nació el mito, ahora perdido, por ignorado.

El padre José Gabriel de Torres, nacido en Salta entre 1714-1715 (hijo de don Gabriel de Torres y Gaete y doña Victoria Fernández Sánchez de Loria y Arias Velásquez Moyano Cornejo), era el propietario de los riquísimos beneficios jujeños de La Rinconada y Cochinoca (se incluye Casabindo en algunas crónicas) del Obispado de Salta donde, con el oro y la plata que había logrado acumular -además de dinero en efectivo e inmuebles en esta ciudad-, se convirtió en una leyenda dentro de la magnífica historia dorada de Salta. A su muerte, ocurrida en Cochinoca en 1777, los hallazgos de las huacas repletas de oro y plata, causó estupor en la comunidad. “¿Cómo podía tener tanto dinero?”, fue la pregunta obligada en los corrillos sociales de la época. El religioso, considerado a la vez como generoso benefactor, no entró en el juego de esconder sus riquezas en lugares ocultos -origen de los siempre ambicionados “tapados”-, más bien había distribuido su opulencia material en sitios visibles. Incluso ocultaba partes del mismo debajo de la cama, sin temor a robo alguno.

Acusado de “público usurero” por el obispo.

El obispo Moscoso y Peralta acusaba a Torres de haber favorecido con sendos obsequios a los obispos Argandoña e Illana, siendo por ello protegido de ambos. Moscoso, ya en poder de la vasta y extensa diócesis, sorprendió con la carta del 10 de enero de 1775, a Su Majestad: “Don José Gabriel de Torres fue un público usurero que en este punible trato hizo caudal crecido”. Acusado (Torres) ante la Audiencia, el Cabildo de Jujuy lo procesó. Pero el obispo Abad, a quien Torres tenía de su parte “por los muchos obsequios que le hizo”, excusó el rastreo. Y allí quedó la causa a la espera de mejores años, que fueron los del señor Moscoso, a quien la audiencia difirió el proceso... Regía por aquellos años el obispo Abad Illana la diócesis de Arequipa. Idas y venidas con acusaciones “falta, de todos modos, la defensa del padre Torres para enjuiciar su conducta”; si bien algún indicio de la tacha de usurero sugiera el que, a su muerte en 1774, “se encontraron, parte en entierros (que llaman huacas) y lo demás fuera, tejos de oro y oro en polvo por valor de 42.120 pesos y 7 reales. Y asimismo se encontraron 17 marcos y 7 onzas de plata en piña, sin que uno ni lo otro haya pagado vuestros reales quintos”, según comunicaba el gobernador (Jerónimo de) Matorras (1769-1775) al Rey. La descomunal fortuna del padre Torres no fue una quimera; jamás se supo cómo había logrado acumular tanta riqueza, aunque se conoce que dichos metales por Cochinoca, La Rinconada, Casabindo y zonas vecinas, recogían los aborígenes “con viejos sistemas precolombinos”. Tampoco se conoce, en casi 30 años, problemas de Torres con los naturales con quienes, al parecer, mantenía excelentes relaciones.

El famoso “Balcón de Pilatos”

En el balcón de la residencia de la familia Torres y Gaete se juró fidelidad al rey Carlos lll, de España, por encontrarse el Cabildo en refacción. Carlos lll asumió en 1759, siendo gobernador intendente de Salta don Joaquín Espinosa y Dávalos. En el momento de la compra al doctor Caballero, la Municipalidad de Salta pagó en el acto 3.000 pesos bolivianos; los 6.000 restantes, a 30 y 60 días. Pocas son las referencias existentes sobre el mentado y famoso “Balcón de Pilatos” y la razón por la cual recibió tal mote. El doctor don Bernardo Frías en su obra Crónicas y Apuntes, se refiere brevemente al mismo en el capítulo “El teatro en Salta”, donde relata: “… Al propio tiempo de esta escena, se había resuelto edificar un teatro. Don Antonio Soler fue el arquitecto empresario, quien edificó el Teatro Victoria (el primero, inaugurado en 1884), echando abajo lo poco que aún quedaba de la antigua mansión de altos de don Gabriel Torres (se refiere al cura José Gabriel de Torres). Apenas se conservaba sobre su ventana de reja de madera, al amplio balcón de alar, de madera también, que viéndolo así tan destituido y ajado por el tiempo y las gentes, un poeta anónimo escribía de él en un periódico de la ciudad:

Hay en la plaza un balcón
remedo del de Pilatos,
en donde anidan los gatos
de toda la población”.

Ilustraciones:
1- Doctor Juan Manuel Moscoso y Peralta, acusador.
2- Doctor Manuel Abad Illana.
3- Doctor Pedro Miguel de Argandoña Pastene y Salazar.
4- Cochinoca, una vista correspondiente a 1901. (Foto Eric von Rosen, Un mundo que se va, Fundación Miguel Lillo, Tucumán, 1957)
5- El mentado “Balcón de Pilatos”, lleno de gatos. (Dibujo Cecilia Revol Núñez)

Fuente: Libro Salta Añeja, de Roberto G. Vitry, Salta 2010, se puede leer el artículo completo.

Jerónimo de Matorras y la Virgen del Milagro

por Roberto G. Vitry.
 
Hace 233 años la ciudad de Salta fue el escenario de un curioso pacto. El mismo se celebró -en la intimidad de la fe- entre el flamante Gobernador del Tucumán, don Jerónimo de Matorras, y la Virgen del Milagro en la vieja iglesia Matriz. Allí, en la soledad del desaparecido templo, Matorras se puso bajo la protección de la patrona de los salteños, firmando para ello un documento que depositó en el nicho del altar, en el cual le solicitaba a la patrona tutelar de Salta le permitiera gobernar sin problemas durante los cinco años de su mandato, en un hecho inusual, aunque no desconocido por entonces en el mundo.

El 12 de febrero de 1779, “el doctor don Gabriel Gómez Recio, cura rector más antiguo de esta Santa Iglesia Matriz, Examinador Sinodal de este Obispado, Juez de Diezmos, Comisario del Santo Oficio de la Inquisición, Vicario Foráneo, Juez Eclesiástico de esta ciudad de Salta”, se dirigía al Juez Privativo de Residencia, don Eugenio Balza de Berganza, para hacerle saber que con relación al señor don Gerónimo de Matorras, “Gobernador y Capitán General que fue de esta provincia del Tucumán, como se acaba de encontrar en el nicho del altar, donde se halla colocada la Santísima Virgen María del Milagro, que se venera en esta Santa Iglesia Matriz de Salta el memorial que a éste acompaña firmado por dicho señor don Jerónimo de Matorras, en el que suplica a la Soberana Reina, le concediese la continuación en este Gobierno por los cinco años según se le concedió por el Rey, sin que sea depuesto de él, ni en la Corte, ni por el Virrey y que si su súplica le fuese concedida daría cien pesos para que se hallare más conveniente al culto de la Santa Iglesia y ser un año su mayordomo, y hacer la Fiesta, con la mayor solemnidad a dicha imagen, y promover sus cultos, fundando la Cofradía a su mayor devoción, como así se expresa en dicho memorial”, expresaba en la primera parte del documento el doctor Gómez Recio. Más adelante proseguía manifestando que “habiéndose verificado la dicha promesa, pues no sólo fue depuesto… sino es que continuó en él después de cumplir los citados cinco años, porque había sido propuesto en él, hasta que falleció…”, por lo que el doctor Gómez Recio no sólo solicitaba los cien pesos prometidos, sino también “exhiban la cantidad de pesos que se considerase se pueden gastar en hacer su fiesta con la mayor solemnidad un año como así lo prometió el expresado difunto don Jerónimo de Matorras…”, según un documento que se conserva en el archivo del Arzobispado de Salta.

La rendición del cacique Payquín

  Jerónimo de Matorras fue designado gobernador y capitán general del Tucumán en 1769, año en el que se efectuó la promesa a la Virgen del Milagro. Instalado con su gobierno en la ciudad de Salta (tal como lo hicieron en su mayoría los gobernadores del Tucumán), en 1774, Matorras emprendió su entrada al Chaco, para lo cual recorrió 1.200 kilómetros, con el fin de pacificar a las tribus tobas y mocovíes. Quince kilómetros antes de La Cangayé, encontró las ruinas del Fuerte que había sido levantado allí en 1570, Ángelo de Peredo. Matorras había recobrado doscientas cuarentas leguas hasta ese lugar. Allí se reunió con Caciques de las tribus Tobas y Mocovíes bajo el mando del famoso Cacique Payquín, celebrando las paces y su sometimiento al Rey de España. De aquel histórico momento con el cacique Payquín, cuando éste se sometía al Rey de España, celebrando las paces, quedó el cuadro pintado por Tomás Cabrera y que el artista llevara a la tela, precisamente en 1774, a poco de regresar del Chaco. Cabrera, para plasmar la famosa pintura, tuvo como mecenas a la millonaria salteña doña Lorenza de la Cámara, una de las mujeres más rica en la historia de Salta y que fuera la permanente protectora del afamado pintor del cual sólo se conoce esta obra que se encuentra en el Museo Histórico Nacional, en Buenos Aires.

Una personalidad alucinante.

La vida de Jerónimo de Matorras se presenta con perfiles realmente alucinantes, digna de un profundo estudio. Un axioma popular expresa “no es fanfarrón quien quiere, sino quien puede”. Nacido en Santander, en 1720, ya en 1750 se instalaba en Buenos Aires. Era Coronel del Regimiento de Nobleza de Buenos Aires, un título honorífico, pues no era militar. Había desembarcado con un valioso lote de mercaderías, con lo cual obtuvo una fortuna, lo que le permitió obtener una honrosa posición pública con sólo 30 años de edad. Ocupó varios puestos, municipales y reales, desempeñando correctamente los mismos. En 1760, al celebrarse el juramento del Rey Carlos lll, mandó a acuñar de su peculio las medallas conmemorativas. Deseando ser nombrado Gobernador del Tucumán, con el fin de pacificar y evangelizar a los indios del Chaco, celebró en 1767 un contrato con la Corte de España, debiendo depositar 12.000 pesos y una fianza de 50.000, por el cargo. A su regreso de España se le había concedido permiso para viajar con su prima Gregoria Matorras, convertida unos años más tarde en madre del Libertador José de San Martín. No obstante la oposición del gobernador Bucarelli, Matorras obtuvo la providencia del Virrey del Perú, para asumir el cargo.

Su muerte lejos de Salta.

Jerónimo de Matorras se encontraba trabajando en la reconstrucción de la capilla de la reducción de San Joaquín de Orquera, en el interior de Salta, cuando contrajo una fiebre desconocida que le causó la muerte en 1775. Con sólo 55 años de edad, y casi siete ejerciendo la Gobernación del Tucumán, Matorras dejó tras de sí una interesante estela, la de una personalidad forjada con fuertes tintes de determinación, audacia y fe. Pocos gobernantes son los que pueden exhibir estos atributos, los de prometer y cumplir, no sólo con someter a los indios como se había propuesto, sino de lograr la pacificación de las tribus, tan importante para esos lejanos tiempos. (Diario El Tribuno, Salta, martes 15 de septiembre de 1998) Don Jerónimo de Matorras, gobernador del Tucumán y residente en la ciudad de Salta, “nació en Lameo, Obispado del León, España. Fueron sus padres don Andrés de Matorras y doña Ana de Cires. Contrajo matrimonio en la ciudad de Buenos Aires el 24 de abril de 1753 con doña Manuela de Larrazábal, hija de don Antonio de Larrazábal y doña Agustina Avellaneda (viuda de José Fernández). Firmaron como testigos don Antonio de Larrazábal y doña Juana María de Larrazábal. No registra descendencia. (“Aportes biogenealógicos para un Padrón de habitantes del Río de la Plata”, por Hugo Fernández de Burzaco)

(Nota del autor: Este artículo periodístico fue actualizado en la ciudad de Salta el miércoles 28 de noviembre de 2012, año en que Salta celebró el 430 aniversario de su fundación.)