martes, 13 de septiembre de 2011

Lona, Corina

 

Educadora y benefactora. Nacida en Metán (Salta), el domingo 21 de agosto de 1887, hija de don Enrique Lona y de doña Petrona Sierra, cuyos antepasados figuran entre los fundadores de su ciudad natal por línea materna. El acta de su bautismo expresa: “En esta iglesia parroquial de San José de Metán a días del mes de septiembre del año del Señor de mil ochocientos ochenta y siete, yo el cura interino de esta parroquia bauticé solemnemente, puse óleo y chrisma a una niña nacida el día 21 del mes anterior hija legítima don Enrique Lona y Petrona Sierra vecinos de este pueblo, a la cual puse por nombre Corina. Fueron sus padrinos don Aniceto Latorre y su esposa doña Lorenza Arias de la Corte, de Salta, representada por don Francisco Sierra y doña Inés Saravia, a quienes instruí sobre el parentesco espiritual con la recién bautizada y con los padres de esta y de las obligaciones que como tales padrinos contraían y para que conste lo firmo. Presbítero Manuel Valverde.”
  
Fueron sus abuelos paternos don Ferdinand Lona y doña Marie Iacomet, franceses, y los maternos don Guillermo Sierra y doña Inés Saravia. Su bisabuelo, don José Manuel Saravia, fue el último Gobernador de Salta en la época de Rosas y su bisabuela, doña Tránsito de Latorre era hija del general Latorre. El ciclo primario lo traspuso en la escuela Domingo Faustino Sarmiento, de la ciudad de Salta, para luego trasladarse a la vecina ciudad de Tucumán a fin de cursar en la Escuela de Profesores Domingo F. Sarmiento, adscripta a la Universidad Nacional de Tucumán, hasta obtener el título de maestra, a los 17 años. De regreso a la capital salteña, por coincidencia, se inició en la docencia como maestra precisamente en la escuela Domingo F. Sarmiento donde sorbiera las primeras letras. Trasladada posteriormente a la escuela Bernardino Rivadavia, también de la ciudad de Salta, permaneció en la misma hasta su jubilación (1937) habiendo alcanzado a ocupar, por ascenso, la vice dirección del establecimiento. En un periplo realizado por Europa en 1929, viajando por Francia y España, se enfrentó con la tremenda realidad de la gran cantidad de ciegos que habían perdido su vista como consecuencia de los estragos de la guerra mundial. Tocada profundamente encontró el aliciente para su vida futura en oportunidad de visitar institutos especializados en las técnicas de la enseñanza y conducción de no videntes. Imbuido su espíritu caritativo de lo que podía hacer en nuestro medio, despertó su vocación protectora hacia aquellos privados de la vista.

De regreso a Salta, y con la aprobación de sus superiores, se trasladó a Buenos Aires donde aprendió el sistema Braille y de regreso, otra vez, se abocó a la tarea de educar niños ciegos en la propia escuela Bernardino Rivadavia, tomando para ello sus horas de descanso, hasta que formalmente inició su acción educativa de no videntes el 21 de abril de 1930, fundando la Escuela de Ciegos, la que funcionó en Alberdi 314, con mínimas comodidades pagando ella misma el alquiler de su propio peculio. Vale la pena recordar el primer plantel de colaboradoras -también sus fundadoras-, para la enseñanza de tareas y conocimientos destinado a los no videntes: Mercedes Sosa Lavin, labores; María Teresa S. de Sylvester y Sarita Rodríguez Munizaga, en trabajos prácticos; María Luisa Prieto de Touján, profesora de guitarra, y la colaboración especial del profesor José Bonelli, en violín.
Este es solo el principio de su obra ya que en 1953 la ve concretar, disponiendo que un terreno donado por la familia Durand, ubicado en las estribaciones del cerro San Bernardo, se convirtiera en la sede actual del Hogar Escuela para Ciegos Corina Lona. La piedra fundamental se colocó en 1953 y fue inaugurado en 1954.

La señora doña Corina Lona se había acogido a los beneficios de la jubilación en enero de 1938. Pero las necesidades también crecían progresivamente obligándola a solicitar el apoyo oficial hasta que años más tarde, el gobernador doctor don Ricardo Durand le hizo construir un edificio adecuado, proyectado expresamente para servir de Hogar Escuela, y al cual se mudara la pequeña colonia, en 1955, demostrando bien pronto su capacidad de asimilación al punto de constituirse en modelo de organización y una avanzada entre sus similares, ya que no sólo se imparte conocimientos generales sino que todos aprenden diversos oficios manuales con lo que sufragan, en parte, su propia manutención.

En mérito a la humanitaria labor de doña Corina Lona, se le ofreció en el año 1953 un homenaje en el Teatro Victoria, organizado por la sociedad El Círculo de la ciudad de Salta, quien premió su obra con Medalla de Oro, en la que el poeta don Manuel J. Castilla escribiera esta dedicatoria: La luz que has buscado te ha acercado a Dios. En la revista Hacia la luz, editada en Buenos Aires en mayo de 1954 por el Patronato Nacional de Ciegos, su director, don Manuel Laurora, escribió un artículo sobre la obra de la benefactora salteña en los siguientes términos:
“Desde hace algunos meses los diarios de Salta informan de la exitosa campaña que se viene realizando con el propósito de reunir fondos destinados a la construcción de la “Escuela Hogar para ciegos”, debidamente dotada de las comodidades e instalaciones adecuadas. La labor que se lleva a cabo en tal sentido y que cuenta con el auspicio y el apoyo del Gobernador de la Provincia, es la consecuencia de la meritoria acción que cumple, desde hace aproximadamente hace cinco lustros, la señorita Corina Lona en pro de los no videntes salteños. Como se recordará la señorita Lona fundó allí la primera escuela para ciegos, sostenida durante mucho tiempo con su propio peculio y la colaboración de los simpatizantes de su obra, desarrollando en ella una generosa y abnegada tarea asistencial y educativa.
“El nombre de Corina Lona está inscripto ya en letras áureas en el historial de la beneficencia y el humanismo salteño. Su obra surgió hace más de un cuarto de siglo, con la humildad con que surgen las obras destinadas a perpetuarse indefinidamente ¿dificultades?, enormes e insalvables fueron solo sorteadas a fuerza de amor, de abnegación y de sacrificios incontables. Nada había y todo estaba por hacer. Hasta hubo que vencer la indiferencia del ambiente. Entre tanto, la pequeña escuelita ha ido creciendo: de ella han egresado hombres y mujeres útiles para la sociedad. Hoy la escuela de la señorita Lona es ya toda una institución en Salta. Con el apoyo del Gobierno y de todo el pueblo se está levantando su edificio propio en las faldas del cerro San Bernardo. Esta escuela por disposición del Gobernador doctor Ricardo Durand, llevará el nombre de “Corina Lona”, en homenaje a la altruista docente que entregó su vida al servicio del bien.”

Asimismo, en 1963, y el Rotary Club, también de Salta, le confirió el Premio al Servicio Distinguido por su dedicación a los no videntes. Por su parte el gobierno de la provincia destina, anualmente, una partida para el mantenimiento de los talleres y subvención de los profesores con que cuenta el establecimiento.

Doña Corina Lona dejó este mundo el jueves 23 de enero de 1964 habiendo fallecido rodeada de sus “queridos hijos” -como ella llamaba a los internos- en el mismo Hogar Escuela que, a partir de entonces, se denomina con el nombre de su fundadora y en cuya entrada el Club de Leones de Salta le hizo emplazar un busto recordatorio. El gobierno de la provincia decretó honras fúnebres con motivo del fallecimiento de esta benemérita dama. Para recordar su memoria dos escuelas provinciales llevan también su nombre, una en Orán y la otra en Metán, su tierra natal.
El doctor Julio Díaz Villalba, poeta y hombre de letras, dedicó a la memoria de la difunta doña Corina Lona este sentido soneto:

Corina lona, ángel de martirio / señora de lo humilde y lo pequeño / donde se afincaba el mal, allí tu empeño / y en toda lobreguez, tu flor de lirio.

La silenciosa llama de tu sirio / consumiéndose sin paz, tregua ni sueño / prieto tu corazón junto al isleño / mundo, hecho dolor, hecho martirio.

Abatidas las rosas de tus manos, / esos ciegos, tus huérfanos hermanos, / se agolpan alrededor de tus despojos.

Y comprendiendo la tragedia cierta / prefieren no mirar a verte muerta / mientras tu luz adentrase a sus ojos.

Sin duda que esta generosa mujer, que podría haber dedicado su vida al hogar tal como lo hicieron muchas otras casándose, con hijos, nietos, etcétera, prefirió sacrificar todo ello en pos de los invidentes. ¿Trae cada uno su destino marcado?, si no es así, cada ser lo busca. Su viaje por los países de Europa marcaría para siempre su futuro de luz para el prójimo, para esa legión de varones y mujeres, chicos y grandes, privados de apreciar visualmente lo que es común y diario para nosotros.

Ella interpretó fielmente aquel pensamiento de Helen Keller: No hay camino más hermoso para agradecer a Dios la luz, que tender una mano a alguien en la tiniebla. Doña Corina Lona integra ese núcleo de privilegiadas mujeres qué, sacrificándose ellas, posibilitan ser felices a muchos. Todo, a cambio de permanecer en la memoria del pueblo como desinteresadas benefactoras, como sencilla recompensa a sus afanes. Pero, ¿dedicaron todas sus vidas buscando éste halago póstumo?

Biografïa : Silva de Gurruchaga, Martina Eugenia de San Diego

Patriota, nacida en Salta en el hogar constituido por el Escribano de Gobierno, don
Marcelino Miguel de Silva y doña María Isidora Fernández de Córdoba. Fue bautizada en la iglesia Matriz el sábado 13 de noviembre de 1790 “por el Predicador General y actual Guardián de este convento de San Diego de Salta (San Francisco), fray Felipe Casale. Fueron padrinos don Antonio González y doña Ángela de Castro.” Hija del segundo matrimonio de su padre don Marcelino Miguel de Silva (hijo de don Francisco de Silva y doña Bernarda Tadea Delgado), casado en primeras nupcias en febrero de 1781 con doña Manuela de Castro y Arias, hija de don Pablo de Castro y doña Petrona Arias. Doña Martina, al igual que muchas otras salteñas, recibió una esmerada educación en su propia casa. Fue desposada en el curso del año 1810 por el también patriota don José de Gurruchaga, precursor de la Independencia, hijo del general José Antonio de Gurruchaga y doña Manuela Fernández Pedrozo y Aguirre. Don José de Gurruchaga fue ministro de la Real Hacienda de Salta y hermano de don Francisco de Gurruchaga, creador de la Armada Nacional de Argentina.

Se recuerda con gratitud la campaña silenciosa y tenaz desarrollada por un grupo de damas salteñas. Es durante 1813 cuando vemos surgir en la joven Martina a la mujer admirable, a la patricia dispuesta a todo por la naciente patria. Junto a ella se recuerda a doña Magdalena Güemes de Tejada, la famosa “Macacha, hermana del general don Martín Miguel de Güemes; doña María Josefa de la Corte de Arias, la “Lunareja”; doña Loreto Sánchez de Peón de Frías, doña Gertrudis Medeiros de Cornejo, llevada por los realistas desde su hacienda de Campo Santo hasta Jujuy a pie, por conspiradora; doña Fortunata de la Corte de Peña y la joven esposa del general Güemes, la bella doña Carmen Puch; doña Juana Gabriela Moro Díaz de López “La emparedada”, doña Andrea Zenarruza de Uriondo, doña Petrona “China Arias, la señora de Velasco quien fuera educadora de doña Juan Manuela Gorriti, entre algunas otras damas conjuradas para conquistar la voluntad de numerosos jefes y oficiales realistas del ejército del general don Pío Tristán, en favor de la causa revolucionaria cuyos resultados incidieron en el triunfo de la batalla de Salta.

Patriota entusiasta, contribuyó al éxito del general Belgrano en Salta. Lo hospedó en su casa de Los Cerrillos y consiguió que su marido, rico comerciante, donara paños para uniformes y dinero para adquirir armas. Doña Martina bordó con sus manos y obsequió al ejército una bandera celeste y blanca en vísperas de la batalla; equipó de su propio peculio al famoso destacamento de soldados vestidos con uniformes y ponchos azules, que apareció oportuna y audazmente sobre las Lomas de Medeiros, sembrando el pánico entre los realistas sin disparar una sola bala, contribuyó decisivamente a la obtención del triunfo. A los efectos de aclarar aquello de “uniformes y ponchos azules”, el hecho se debió a que en los almacenes del matrimonio Gurruchaga-Silva, era la tela que más abundaba en esos momentos. Recibió del general Manuel Belgrano un tapado de seda en el que se había bordado la leyenda A la benemérita patriota, capitana del Ejército, doña Martina Silva de Gurruchaga.” Muchos próceres, entre otros Belgrano, Pueyrredón, Rondeau, Vicente López, encontraron en la casa de esta ilustre patricia, el recibimiento cordial y el hospitalario albergue, muy necesarios tras las fatigas de las marchas o los triunfo y reveses propios de las luchas de aquellos tiempos. En 1820 efectuó una donación de 2.000 pesos fuertes para los gastos de la guerra.

El sábado 17 de junio de 1815 fue bautizada su hija Juana Modesta, siendo sus padrinos don Francisco de Gurruchaga y doña María Isidora Fernández de Córdoba, su madre. Virginia, nació el domingo 15 de mayo de 1821 y bautizada en la Catedral el martes 17 de junio, dos días más tarde. Don Apolinar Usandivaras y don Lindor Alemán apadrinaron la ceremonia religiosa a cargo del presbítero don José Manuel Salguero, rector interino. Susana Adelaida nació el domingo 11 de mayo de 1822 y bautizada en la Catedral el lunes 19 de agosto del mismo año por el presbítero don Francisco Fernández. Apadrinaron la ceremonia don Ángel Lesser y doña Micaela Lesser. Otro hijo de doña Martina llegaría el viernes 30 de marzo de 1832, llamado José, el cual, al ser bautizado, tuvo como padrinos a don Hilarión Echenique y a doña Modesta Gurruchaga. Esta recordada patricia salteña falleció el jueves 19 de marzo de 1874, en casa de doña Delfina Fresco de Fresco, con los auxilios religiosos del padre Matías Linares y Sanzetenea quien le administró la sagrada eucaristía y la extremaunción el lunes 09, diez días antes de su deceso. Falleció esta ilustre dama a la edad de 84 años, “del hígado”, viuda de don José de Gurruchaga.” Sus restos descansan en el Panteón de las Glorias del Norte de Salta, desde el año 1954. Fue el primer arzobispo de Salta, monseñor Roberto J. Tavella, quien solicitó el ingreso de la Benemérita Capitana del Ejército. El Decreto 52/54 fue firmado por señor Ministro de Gobierno, Justicia e Instrucción Pública, don Jorge Aranda, siendo gobernador de la provincia el doctor Ricardo Joaquín Durand. Fue la primera mujer guerrera de la Independencia a quien le cupo el honor de que sus restos permanezcan para siempre en tan preclaro recinto.

El martes 24 de mayo de 1910, con motivo de la celebración del primer centenario de la Independencia, la patricia salteña fue distinguida y su memoria exaltada por los porteños, al inaugurarse en la Capital Federal la escuela que lleva su nombre ubicada por entonces en calle Mariano Boedo 657. Asistió al acto patriótico gran cantidad de público. Fueron designados padrinos los señores doctor Rafael Ruiz de los Llanos, Florentino Ortega y Carlos Baires y la señora Justa Campos de Urquiza. Usaron de la palabra don Carlos Baires, la señora Rawson de Dellepiani, don David Fernández y el Director de la Escuela, don David Fernández.

Biografía : Moro Díaz de López, Juana Gabriela


  Patriota de la guerra de la independencia nacida en Jujuy el 26 de marzo de 1785, hija del teniente coronel Juan Antonio Moro Díaz y doña Faustina Rosa de Aguirre. El teniente coronel Juan Antonio Moro Díaz, juntamente con Juan Martín de Pueyrredón y Ramón García Pizarro, fundaron el pueblo de Orán, del cual el teniente coronel Moro Díaz fue Regidor Alcalde. Doña Juana Gabriela Moro Díaz, contrajo matrimonio con el coronel don Jerónimo López de Carvajal -hijo del capitán Gregorio López y doña Manuela Mercado y Carvajal-, el viernes 29 de octubre de 1802 en la iglesia matriz de Salta, siendo testigos de la boda que bendijo el cura doctor Anastasio de Isasmendi, el licenciado Juan Esteban Tamayo, y los señores don Cipriano González de la Madrid y don José Tomás Sánchez. En 1802, toda su familia se había establecido en Salta, donde la joven Juana Gabriela comenzó a gozar de prestigio por su atrayente personalidad. Su patriotismo y su audacia se pusieron de relieve durante los prolegómenos de la batalla de Salta cuando, junto a otras damas se propusieron a conquistar a los oficiales realistas con el propósito de debilitar al ejército enemigo. Juana, que era una mujer de singular belleza, se adjudicó la tarea de seducir al marqués de Yavi, jefe de la caballería española. De acuerdo con lo convenido, el marqués y varios de sus compañeros y oficiales accedieron a abandonar las filas realistas el día previo a la batalla de Salta del 20 de febrero de 1813, comprometiéndose a regresar al Perú y trabajar por la causa de la revolución. Pero el accionar patriótico y abierto de Juana Gabriela no paró aquí, ya que fue partícipe de otras acciones que la llevarían a erigirse en uno de los enemigos principales de los españoles, convirtiéndose para estos en la más anhelada presa por conquistar. Los vaivenes de la Independencia de nuestra Argentina, pasaban por Salta exclusivamente en esos momentos, y con los salteños enrolados en cimentar la nueva patria, la responsabilidad de rechazar a los realistas. Pero éstos, iban y venían de nuestra capital, de acuerdo a las circunstancias que los erigían en vencedores o vencidos.

 
Al invadir el Virrey del Perú, a cargo del ejército del Alto Perú, don Joaquín de la Pezuela la provincia en 1814, a raíz de las derrotas de las fuerzas patriotas en Vilcapugio y Ayohuma, lo primero que hizo el jefe español, fue tomar prisionera a Juana Gabriela Moro Díaz, la “codiciada presa”, para darle un escarmiento ejemplar. No la castigaría físicamente, dada su condición de mujer, pero para corregir desviaciones anti realistas, los hombres siempre contaron con los más refinados métodos de torturas, desde que el mundo es mundo. Pezuela la condenó a la pena capital, pero sin utilizar para ello el clásico paredón y su pelotón de fusilamiento. La hizo encerrar en una habitación de su propia casa y ordenó cerrar todas las aberturas para evitar toda comunicación con el exterior. Este cruento tormento, el del confinamiento por encerramiento, es vulgarmente conocido como “tapiamiento”, “tapiar”, o “tapiada”. Una vecina, aunque realista, se compadeció de Juana Gabriela y horadando la pared, la salvó de morir de hambre y de sed, quedándole desde entonces el mote de “la emparedada”. Su casa estaba ubicada en la calle España, entre Balcarce y 20 de Febrero.

 Disfrazada de coya

  En la edición nº 90 del sábado 23 de junio de 1900 de la revista Caras y Caretas, de Buenos Aires, se publicó un artículo ilustrado UNA PATRIOTA SALTEÑA, Dª. Juana Mora de López, que se refiere precisamente a la célebre patricia doña Juana Moro Díaz de López. La misma está firmada por JACK quien aclara al final: “Esta historia me la ha referido la distinguida matrona doña Serafina Uriburu de Uriburu, nieta del Mariscal don Juan Antonio Álvarez de Arenales. Dibujo de Sanuy”.

  “Corría el año 1814, y Salta, la ungida por la victoria, la ciudad predilecta de Belgrano, acababa nuevamente de ser ocupada por las fuerzas realistas. Versiones contradictorias y alarmantes se oían entre las familias sobre la suerte del ejército de la patria. Unas lo daban victorioso, y otras vencido y disperso. Para el patriotismo de aquellas abnegadas mujeres salteñas -en quienes se realizaba el sueño de la antigua Grecia, la amante hecha hombre, de exquisita elegancia de formas, con espíritu viril, digno de ciencia y de sabiduría-, cuyos padre, esposos o hermanos militaban en el ejército argentino, la situación se tornaba cada vez más desesperante. Santa Rita, cuya novena se hacía en esas noches, era implorada constantemente en auxilio de los libertadores, y jamás salieron de corazones más nobles y amantes, oraciones más fervientes que aquellas en que se imploraba la victoria para las armas de la patria. Dios iba a oírlas… La falta de noticias, empero, teníalas en cuidado y desconsoladas.

  Una noche alguien propuso que saliera un chasque en busca del ejército libertador, con el fin de hacerle conocer al general Arenales, que lo mandaba, la posición de los invasores, su número, etcétera. Pero, ¿quién iría? Confiarle la delicada misión a un muchacho o á un desconocido, era peligroso por las probabilidades de que pudiese caer en poder de los españoles, que lo juzgarían como espía. “Yo iré, y ustedes cuidarán de mis hijos”, dijo una de aquellas valerosas damas y momentos después desparecer de la reunión.

Noches después, un coyita que llevaba sobre sus débiles hombros unas alforjas repletas de coca y cascarilla, con burdas ojotas en los pies y cubierta la cabeza con el clásico sombrero de vicuña de anchas alas, golpeaba a altas horas la puerta de la casa que habitaba la esposa del general Álvarez de Arenales. Franqueada la entrada, se hizo conducir a la sala y pidió hablar a solas con Serafina. Una vez con la distinguida dama en su presencia, arrojó al suelo el sombrero, desátose el cabello, y después de un “¡viva la patria!”, le dijo, “mañana tu esposo estará aquí, pues viene de marcha forzada por el camino oculto de la quebrada, y habrá dado una victoria a la patria amada”. La que así hablaba era la señora Juana Moro de López, que bajo su disfraz de coya había conseguido burlar la severa vigilancia de los centinelas españoles, y atravesando en la soledad de las noches desfiladeros y valles, lograba ponerse al habla con el general patriota.
 
Al siguiente día el invicto Arenales reñía en los suburbios de Salta, encarnizada batalla qué, al caer la tarde, terminaba con la más espléndida de las victorias”. Posteriormente realizó otras arriesgadas acciones, como la de ir en busca del general Juan Antonio Álvarez de Arenales para conocer la posición de su ejército, del que llegaban noticias contradictorias. Se disfrazó de coya y así se lanzó por valles y quebradas. Algunos días después se presentó en casa de doña Serafina González de Hoyos, esposa del general Arenales, para anunciarle que su marido estaría en Salta al día siguiente, lo cual aconteció, desalojando éste a las fuerzas españolas. La población, entusiasmada, paseó a Juana por las calles de Salta. Prosiguió trabajando en pos de la consolidación de la independencia y cuando sus servicios ya no fueron necesarios, de dedicó de lleno a las tareas de su hogar.
 
Reaparecía varios años después, cuando contaba ya con 68 años sobre sus espaldas; el 9 de julio de 1853 integró el grupo de damas salteñas que se dirigió al gobierno “lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírseles jurar la Constitución Nacional”. Su retrato, ya anciana, fue publicado por el doctor Bernardo Frías en la primera edición de su obra Historia del General Güemes (Tomo ll, página 607). Existe una iniciativa, la de llevar sus restos al Panteón de las Glorias del Norte, ubicado en la Basílica Catedral de Salta, propiciada por la Junta de Estudios Históricos de Salta, en el año 1963. La misma está suscripta por el Coronel (R) Salvador Figueroa Michel, presidente; ingeniero Jorge Wanters Toranzos Torino, vicepresidente, y el profesor Carlos Gregorio Romero Sosa, secretario de actualizar investigación sobre el destino de sus restos y en caso de ser encontrados, trasladarlos con ceremonia oficial, al Panteón de las Glorias del Norte”.
 
Doña Juana Gabriela Moro Díaz de López falleció en nuestra ciudad “... a diecisiete días del mes de diciembre de mil ochocientos setenta y cuatro, en casa de su propiedad, habiendo recibido el sacramento de la penitencia, sagrado viático y extremaunción que el canónigo doctor don Pascual Arze y Zelarayán administró el día quince del presente, murió en la comunión de nuestra Santa Madre Iglesia de enfermedad al hígado doña Juana Morodias, vecina de esta ciudad de edad de noventa años viuda del finado don Jerónimo López. Su cadáver fue sepultado en el panteón de esta ciudad con oficio rezado el día dieciocho del presente y para que conste lo firmo. Napoleón Cairo”, según consta en el archivo del Arzobispado de Salta. (NdA: El “panteón de esta ciudad” es el actual cementerio de la Santa Cruz.)
 
Pese a dejar de existir en diciembre de 1874, el nombre de la ilustre patricia aparece en un documento en el archivo del Arzobispado de Salta, el domingo 1 de octubre de 1876, como madrina de bautismo, junto a su hijo el doctor Bernabé López, de la niña María Petrona Toranzos Torino, después fundadora y presidenta del Patronato de la Infancia de Salta. Además, el después obispo de Salta, monseñor Gregorio Romero, la conoció en su lúcida vejez, dando fe de ello. Las biografías existentes sobre su personalidad la dan fallecida centenaria entre 1886 y 1887, cuando la epidemia del cólera se abatió sobre Salta y como una de las víctimas del flagelo. El documento de su fallecimiento existe, pero en la misma figura con su apellido alterado de soltera Morodias, y no Moro Díaz, lo cual indujo a las equivocaciones de quienes siguieron sus rastros hasta el final de su existencia. Mucho es lo que puede decirse de esta jujeña-salteña y argentina ejemplar, temeraria sin límites, la que a través de su ejemplar accionar deja traslucir una personalidad exquisita y cautivante por sus hazañas, despertando la admiración de mujeres y hombres por igual.

Biografía de Juana Moro por Teófilo Sánchez de Bustamante


  “Nacida en Jujuy, el 26 de marzo de 1785 (Partida de bautismo, libros parroquiales), hija de don Antonio Moro Díaz y doña Faustina de Aguirre Portal, en el segundo matrimonio de ésta. Doña Juana Gabriela Moro, fue casada en 1803 con el capitán Gerónimo López, salteño, hijo de Gregorio López y de Manuela Carabajal. Tuvo por única hermana de padre y madre a doña Magdalena Moro y Aguirre, nacida en Jujuy en 1779 (Censo de 1779) que profesó de monja y fue religiosa del Convento de Santa Teresa de Potosí. (Testamento de su madre doña Faustina de Aguirre, en mi poder).

  “Doña Juana Moro fue célebre dama patricia de quien dice don Bernardo Frías, en su Historia de Güemes y Salta T lll, pág. 157, que “era nacida en Jujuy y bajo el disfraz de gaucho joven e inocente, penetraba en las plazas de Jujuy y Orán ocupadas por el enemigo, llevando partes y trayendo nuevas”, lo que podía hacer agregamos, porque su padre fue uno de los fundadores de Orán y dueño de extensas tierras, de una merced que le hizo el fundador de esa ciudad, y su madre de la finca “Severino”, el Perico de El Carmen. Además tenía medios hermanos y muchos parientes en Jujuy.

  “En la sucesión de don Antonio Moro Díaz, se dice que “los títulos (de Severino) se perdieron con otros papeles en el saqueo que hicieron de la casa del señor coronel Gerónimo López, cuando mandó presa a Jujuy el gobernador Martínez de Osa (Hoz), por patriota a su esposa, doña Juana Gabriela Moro (Boletín del Inst. Hist. De Salta, Tomo lll, página 273).
“Don Bernardo Frías ha publicado su retrato en op. cit. Tomo ll, página 607.” Alguna escuela de la provincia debiera llevar su nombre”. (Teófilo Sánchez de Bustamante, Biografías Históricas de Jujuy, 1995, Universidad Nacional de Jujuy)